Se está presentando una ley que otorgue a los hombres, en caso de paternidad, los mismos días de licencia que a la madre.

La idea es bastante interesante desde muchos más puntos de vistas que de la desigualdad de géneros.

Si los hombres se educan para participar de la situación de criar un bebé los primeros meses, su momento más vulnerable, se lo educa para la responsabilidad, para involucrarse con el cuerpo y en actos y no como meto proveedor.

También establece en la sociedad la idea de que el trabajo de la mujer en la casa, al no ser remunerado, no es trabajo.

Las mujeres a su vez, que relegan sus propias necesidades, estudios, trabajo, realizaciones personales, por ocuparse de la familia, de sus niños, y genera la idea de que el rol de la mujer y su destino, precisamente ese: ocuparse de la familia.

El hombre, se convierte en otro miembro del que ocuparse, en vez de aportar al proceso, se vive con el presupuesto que el dinero que aporta es suficiente y es todo, y que ello le da derechos a abandonar en la mujer la responsabilidad del cuidado de la familia, incluyéndose a sí mismo en el proceso.

Si se comienza desde el nacimiento del bebé, con la presencia del padre,  y se genere una cultura de paternidad que genere la responsabilidad sobre el cuidado de los niños.

Ese aspecto también influiría positivamente sobre el viejo problema de que hay empresas que no contratan mujeres por la pérdida de meses por embarazo.

Si fuera parejo para ambos sexos, al menos ese sesgo se eliminaría.

Además, impulsaría la cultura de no abandonar a las mujeres en sus casas, por hombres que se esconden en el trabajo para pasar de la molestia de bancar un bebé.

En su gran mayoría, las mujeres sufren de una u otra manera algún tipo de reproche de sus parejas en relación a la crianza de los niños, como si ellos no fueran co-partícipes de la situación.

Ya sea por no estar presente, como por estarlos, siempre que se deja algunas responsabilidades en la pareja, se es responsable por ello.

Tomar conciencia de que los actos de los adultos, por ausencia y presencia es un depósito de experiencia en el niño, es el primer paso  para comprender que con culpar “al otro”, no se logra nada, sino todo lo contrario, es echar leña a un fuego que no lo necesita porque ya está encendido.

Cada vez que un hombre le reprocha algo a un niño, basado en las malas enseñanzas de la madre no es más que un reproche contra sí mismo.

Una vez que el hombre aprenda a convivir con esos primeros meses en que el bebé aparece y asume la responsabilidad con sensatez, tal vez aprenda a valorar mejor la situación de la mujer y comience a ser partícipe en los problemas del niño, en vez de repartir culpas cuando ya es tarde.